Averías

Un mañana en el recreo, Robby y Sasha fueron a ver un partido de beisbol que había en la escuela. Ambos se sentaron en las gradas del frente para ver todo de cerca. Mientras veían el partido, Robby comenzó a decirle a Sasha que si calculaba correctamente los movimientos del próximo bateador podría medir la la distancia a la que batearía la pelota y así poder atraparla cuando saliera disparada por los aires.  

Sasha solo asentía sin poner mucha atención a lo que decía ya que conocía a su amigo robot, quien todo lo calculaba y analizaba. Pero Robby sí que estaba interesado en lograr atrapar la pelota, por tanto, cuando un jugar se colocó en la zona llamada “Home” para batear, empezó a calcular la fuerza que este tenía. El bateador era Leoni el león quien poseía una gran fuerza en sus brazos. Robby examinó al león y determinó que si llegaba a batear la pelota de seguro saldría de la cancha e hizo unos cálculos mentales. Entonces, se puso de pie para salir de las gradas e ir a la zona en donde según sus cálculos podría caer la pelota.  

Cuando el pícher le lanzó la pelota de beisbol a Leoni de inmediato este le pegó, haciendo que la pelota saliera disparada a la zona de la escuela en donde Robby se había colocado. ¡Vaya que si era bueno con sus cálculos! 

Robby vio venir la pelota desde el cielo y para poderla coger transformó su mano en un más grande para semejar un guante de beisbol. Robby corría por el patio para llegar al punto exacto en donde caería la pelota. Sin embargo, desafortunadamente dentro de los cálculos del robot no estaba la posibilidad de toparse con un charco de jugo que alguien acababa de derramar. Por ello, al pisar el jugo se resbaló, causando que en vez de atrapar la pelota con la mano le cayera en la cabeza.  

“La tengo”, dijo en robot tomando la pelota entre sus manos metálicas. A pesar del golpe, lo había conseguido y eso lo hacía feliz. Robby comenzó a escanear la pelota por curiosidad, pero al hacerlo la luz de su escáner parpadeaba y desaparecía fugazmente. “Qué raro”, se dijo. Pensó que a lo mejor no podía escáner la pelota, así que miró a su alrededor para escáner otra cosa. Vio el juego que hace poco lo había hecho caer y lo escaneó, pero ocurrió lo mismo.  

Eso ya no era normal y Robby lo sabía. Preocupado, se hizo un análisis el mismo en su sistema. Por suerte, esto funcionó y como resultado obtuvo que se le había averiado dos sensores. Uno encargado de sus movimientos y el otro de la comunicación. 

Ahora, más preocupado aun, quiso ir a avisarle a Sasha lo que le pasaba, pero cuando intentó caminar hacia adelante, caminó hacia atrás. Aterrado, gritó. 

—¡AAAHHH aaahh-ah-ah—la voz del robot se iba apagando poco a poco hasta no poder emitir bien un sonido.  

Robby coordinó sus pasos para poder ir hacia delante y no hacia atrás. Se dio prisa para llegar a la cancha de beisbol para buscar a Sasha. Por suerte, la encontró rápido pues ella también lo buscaba a él. El robot intentó decirle lo que le pasaba, pero su voz se escuchaba con interferencia y no se le entendía nada.  

La pingüina no sabía que pasaba, pero sin duda era algo muy malo. Al escuchar la voz del robot y ver la abolladura que había en su cabeza se preocupó mucho.  

Robby intentó comunicarse con ella para decirle que debía ir a la herrería a buscar la pieza que se le había dañado para cambiarla por una nueva, pero las palabras no le salían.  

El timbre sonó para avisar que el recreo había terminado. Como Sasha no había entendido nada de lo que Robby quería decirle le tomó la mano y lo llevó casi que arrastrado hacia el interior de la escuela.  

Sasha cayó en cuenta de que ambos tenían clases separadas. Ella sabía que Robby tenía clases de matemática y, por su parte, ella tenía clases de pintura. Además, se fijó que el robot se encontraba nervioso, pues él nunca faltaba a sus clases, pero ¿cómo vería clases en esa situación? 

Entonces, entró en un dilema. Sasha adoraba la clase de pintura, pero no podía dejar a su amigo solo en ese estado en el cual no podía valerse por sí mismo. Así que, sin pensarlo más, llevó al robot a su clase de matemáticas y se sentó junto a él.  

La pinguina se percató de que Robby quería escribir algo en su cuaderno, pero no podía ni siquiera tomar bien el lápiz, así que le quitó su cuaderno y el lápiz al robot y comenzó a escribir ella todo lo que la profesora explicaba. Por su parte, Robby todavía quería comunicarse con ella, por tanto, tomó un creyón, que estaba sobre el escritorio, para escribir. Sasha, notando sus intenciones, arrancó una hoja del cuaderno y se la dio al robot. Entonces, Robby comenzó a escribir con mucha dificultad sobre el papel.  

Para cuando hubo terminado la clase de matemática él había terminado de escribir en la hoja. Sasha acomodó las cosas del robot en su lugar y miró la hoja que este había rayado. El escrito hecho con letras torcidas decía: “Herrería, sensores 2 y 3”.  

—Está bien, iremos, pero después de las clases—dijo la pingüina mientras lo arrastraba por la escuela para llevarlo a su próxima clase.  

Robby veía como Sasha se esforzaba para poder tomar notas de sus clases; ayudarlo a caminar y mover los brazos; a sentarse y agarrar cosas para dárselas; hasta lo llevó al patio cuando se percató de que su batería estaba baja y necesitaba luz solar para recargarse, quedándose sentada a su lado tomando el sol mientras él sin poder decir una sola palabra se cargaba. 

Cuando al fin las clases terminaron, la pingüina ayudó al robot a ir a la ferretería tal y como le había dicho que lo harían.  

Tardaron un poco en llegar por los problemas que presentaba Robby. Sin embargo, cuando estuvieron frente a la ferretería, el dueño, quien era una rana, los vio y al darse cuenta de las dificultades por las que pasaba el robot para moverse y la pingüina para moverlo, no dudo en salir a ayudar.  

Ya dentro de la ferretería, Sasha le entregó al señor sapo la nota que Robby había escrito. El sapo solo asintió al leer la nota y comenzó a buscar por su tienda las piezas y herramientas que utilizaría.  

En menos de una hora ya había reparado a Robby, el cual tuvo el impulso de gritar y abrazar al sapo de la emoción de volver a estar en buen estado. Sasha también estaba feliz y lo demostraba dando brinquitos y palmadas con sus aletas. 

Robby agradeció al sapo por repararlo y también le dio las gracias a Sasha por ayudarle en ese momento tan terrible. 

—No tenías que hacer todo lo que hiciste por mi hoy, pero lo hiciste ¿por qué? —preguntó Robby realmente intrigado y conmovido al recordar todo lo que Sasha hizo por él. 

—Porque estabas pasando por un mal momento y mi trabajo como amiga era apoyarte a superar ese problema y no quedarme sin hacer nada—dijo Sasha— Si hay algo que sé, es que siempre, siempre, siempre debes estar para quienes quieres, tanto en sus buenos, como en sus malos momentos. 

Ese día Robby aprendió de Sasha que ser solidario con los demás es un gran acto de amor. 

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