Búsqueda del tesoro – Parte II

Para leer la primera parte de este cuento, ve al siguiente enlace: Búsqueda del tesoro, Parte I.
Al estar afuera, Ari miró los árboles en busca de algo en forma de cofre que le indicara que era el árbol de la nota. Sin embargo, desde el suelo no se veía nada, así que se dirigió hasta la parte más alta del patio que era el juego del tobogán. Subió por las escaleras y al estar en la cima se puso de pie y colocó su mano sobre sus ojos para cubrírselos del sol. Miró a su izquierda y no vio nada. Miró a su derecha y tampo… ¿esperen, que era eso que brillaba sobre un árbol?
Un destello de luz provenía de la cima de uno de los árboles más grandes del patio de la escuela.
—¡Lo encontré! —dijo Ari entusiasmado.
Se deslizó por el tobogán y fue corriendo hacia el árbol.
Al estar cerca se dio cuenta que el árbol no era grande sino ¡ENORME! Sin duda, requería un esfuerzo tremendo el escalarlo, pero esto a nuestro amigo camaleón no le intereso. Para él la recompensa sería muy grande y no era el tesoro en sí, sino en las ganas que tenia de restregarle en la cara a Robby que tenía razón.
El camaleón escaló y escaló, y siguió escalando hasta estar muy alto, tanto que decidió no mirar a bajo para no acobardarse y bajar.
Al llegar a las ramas vio el destello de lo que creía era el tesoro, haciéndolo emocionar de nuevo. Pero esto no duró mucho, pues, al acercarse al destello se percató de que no era más que un trozo de vidrio.
¡Qué desilusión!
Espera un momento, entonces sino era el tesoro… ¿estaba equivocado?, ¿Robby ganaría el juego? Pensar en eso hizo molestar mucho a Ari. Debía bajar rápido de ese árbol e ir a buscar el tesoro antes de que Robby lo encontrara, de lo contrario, quedaría muy mal.
El problema fue que al intentar bajar de ese gran árbol no colocó bien su pie izquierdo en una de las ramas ocasionando que perdiera el equilibrio y resbalar. El camaleón, por suerte, logró sujetarse de otra rama con sus brazos, sin embargo, sus patas quedaron suspendidas en el aire y su cola no lograba alcanzar las demás ramas que lo rodeaban. A pesar de estar bien aferrado a la rama, no tenía la suficiente fuerza para poder subir solo con el impulso de sus brazos, por tanto, no podía hacer nada. Se aterró.
—¡Ayudaaaaa!
En cuanto a nuestro amigo robot, este iba con la pista en mano y fue directo a donde estaba seguro de que estaba el tesoro. Leyó de nuevo la nota.
“Debajo de algo que no es tierra ni es arena”.
Ya quedaba claro para Robby que no era ni en la caja de arena del parque ni en la tierra de las jardineras. Siguió leyendo.
“Debajo de algo liviano que cruje al pisar”.
—Ummmm, Seguro son las hojas de los árboles. Entonces, según la información dada, el tesoro debe estar escondido… ¡bajo un montículo de hojas! —dijo para sí mismo muy entusiasmado.
Fue así como Robby se dirigió al área donde se barrían todas las hojas que caían de los árboles. Al llegar allí afirmó que tenía razón, dado a que había una montaña enorme de hojas secas.
—je,je,je Ari va a perder-ehh
Estaba emocionado de demostrarle a ese camaleón lo listo que era y lo equivocado que estaba, así que el muy inteligente robot convirtió su mano en rastrillo para quitar las hojas rápidamente. Pero justo antes de empezar a quitar las hojas escuchó una voz a lo lejos que gritaba: “Ayudaaaa”.
Al principio no reconoció la voz, pero cuando escuchó de nuevo el llamado de auxilio supo que se trataba de Ari.
Todas las ganas de ganar el juego y el orgullo se desvanecieron y fueron remplazadas por la preocupación. Volvió a transformar su extremidad en mano y se puso en marcha. El pequeño robot fue lo más rápido que pudo hasta donde se escuchaba la voz del camaleón.
Robby vio que justo debajo de un gran árbol estaban todos sus compañeros de clase que jugaban a la búsqueda del tesoro y la maestra Pandy quienes buscaban la manera de ayudar al camaleón que estaba muy arriba colgando de una rama.
Robby no dudo en acercarse para rescatar a su amigo.
Sin pensarlo, el robot se alzó en el aire hasta llegar a su amigo. Como Robby nunca se había levitado tanto comenzó a temblar y a sentirse pesado.
Cuando estuvo al lado de Ari estiro sus brazos ahora temblorosos y le dijo que se agarrara de él. Ari vio como el robot luchaba para estar a esa altura con el fin de rescatarlo. Eso lo hizo sentir mal.
El camaleón enrolló su cola en el torso del robó antes de soltarse para tomar sus manos metálicas. Así fue como descendieron juntos hasta el suelo donde estaban a salvo.
Todos sus compañeros celebraban el rescate heroico del robot y que el camaleón se encontraba bien. La maestra, que por poco se desmayaba, los abrazó a ambos aliviada.
—Me alegra tanto que se tengan el uno al otro y que como buenos amigos que son se ayudan mutuamente—dijo la maestra sonriendo.
Tanto Robby como Ari se vieron apenados antes las tiernas palabras de su maestra. ¿Sera cierto que siempre estaba el uno para el otro? Ambos meditaron en ello y cuando repasaron lo que había pasado ese día se dieron cuenta de que a diferencia de lo que pensaban en un comienzo, ambos habían aportado en la búsqueda del tesoro. Si no fuera por las acciones de uno el otro no hubiese avanzado.
Habían trabajado como compañeros y amigos, sin embargo, decidieron discutir por una tontería y por poco termina en tragedia.
Robby analizó esto con rapidez y se disculpó con su amigo quien conmovido también se disculpó a poco de llorar. Ambos se abrazaron en un acto de reconciliación.
Luego Robby recordó el tesoro y dijo:
—He encontrado el tesoro, maestra Pandy, así que nosotros hemos ganado.
A la maestra le tomó por sorpresa las palabras del robot y dijo:
—Y bien, ¿dónde está?
El robot les dijo a todos que lo siguieran.
Al llegar a la zona donde estaban las hojas secas le preguntó a Ari si lo podía ayudar a buscar entre las hojas. El camaleón asintió y se pusieron manos a la obra. En poco tiempo tenían ambos en sus manos un pequeño cofre.
Algunos se impresionaron y otros se molestaron al ver el cofre. Por su parte, la maestra Pandy estaba feliz y los felicitó por su esfuerzo y trabajo en equipo.
—De hecho, maestra Pandy, Robby fue quien encontró el tesoro, yo no sabía que estaba aquí—dijo Ari a la vez que soltaba el cofre y se lo daba por completo a Robby.
—De hecho, maestra, si no hubiese sido por Ari nunca hubiese encontrado la pista así que este cofre debe ser de él.
Robby le devolvió el cofre a Ari, quien se sentía apenado.
—Me alegra mucho que hallan trabajo en equipo. ¡Felicidades niños! —La maestra Pandy comenzó a aplaudir haciendo que los demás niños la imitaran. Luego, les entregó la llave del cofre.
Ari la tomó y junto con Robby se fue a sentar en una banca a ver que contenía el cofre. Cuando lo abrieron vieron varias monedas de chocolate.
—Que mal que no puedas comer chocolate —dijo Ari al robot.
—No importa, yo soy feliz con solo pasar tiempo junto a mi amigo—respondió con una sonrisa.
Ese día los chicos no solo hallaron el tesoro escondido de la maestra Pandy, sino que también aprendieron a valorar uno que ya tenían y que, por cierto, es muchísimo más valioso que cualquier otro tesoro en el mundo.
El tesoro de la amistad.