Hora del almuerzo – I Parte

Tanu el monstruo daba zancadas por el patio del colegio sosteniendo con sus manos peludas su lonchera verde. Era la hora del almuerzo y eso lo hacía muy feliz. Al pensar en la rica comida que le preparó su mamá para ese día le hacía rugir el estómago del hambre.

Mientras el monstruito caminaba por el patio vio a Ikia la guacamaya comiendo en una de las mesas de madera. Tanu, a quien le encantaba estar con sus amigos, se le ocurrió que sería buena idea ir a hacerle compañía a su amiga emplumada.

Tanu corrió hacia Ikia y mientras lo hacía gritaba entusiasmado:

—¡Hola Ikia! Comamos juntos ¿sí? ¡Tengo unos ricos bocadillos que me hizo mi mamá que están para chuparse los dedos! ¿Quieres verlos?

Ikia volteó para ver a Tanu y observó como el gran monstruito corría hacia ella con una gran sonrisa en los labios. La guacamaya alzó un ala para saludarlo a la vez que sonreía. Tanu se detuvo frente a la mesa y colocó la lonchera sobre ella para abrirla y mostrar su comida a Ikia quien aguardaba entusiasmada por ver.

Dentro de la lonchera verde de Tanu había una variedad de cosas que dejaron asombrada a la guacamaya. Había un envase que contenía un sándwich tostado relleno de queso, huevo frito, jamón, lechuga y tomate; había otro recipiente con unas fresas, uvas verdes y cerezas; también tenía un paquete con cuatro galletas con chispas de chocolate, y por último, pero no menos importante, había una botella que contenía limonada.

—¡WOOOW, que desayuno tan increíble Tanu! —exclamó Ikia perpleja con los ojos bien abiertos.

—Sí, lo sé —dijo orgulloso Tanu mientras sacaba todas las cosas y las ponía sobre la mesa. Cuando terminó, miró con detalle su comida y frunció el ceño e hizo un puchero— ¡Queee maaal! a mamá se le olvidó enviarme la leche para las galletas.

—No importa Tanu, yo tengo leche —comentó Ikia a la vez que sacaba una botella de leche de su lonchera—Podemos compartir.

El monstruito cambió su expresión por una sonrisa y asintió. Sin duda, podían compartir.

Tanu se sentó junto a ella para empezar a comer. El monstruito estaba a punto de darle un buen mordisco a su sándwich cuando de repente se escuchó un grito:

—¡CUIDAAADOOO!

Un balón de baloncesto aterrizó con mucha fuerza sobre la mesa de Ikia y Tanu, causando que toda la comida saliera volando hacia muchas direcciones.

Las frutas estaban hechas papilla sobre la mesa, la limonada y la leche se derramaron, las galletas estaban trituradas y esparcidas por la mesa y el suelo, y el sándwich terminó embarrado en el rostro peludo del desconcertado Tanu.

Ikia no pudo hacer más que gritar del susto y disgusto. Las plumas de su rostro estaban salpicadas de leche y tenía las cascaras de sus semillas de girasol pegadas en la cabeza.

¡Todo era un completo desastre!

—Oh no, chicos, lo siento—dijo preocupado Robby el robot quien tomó el balón de la mesa—Me temo que he fallado en mis cálculos para encestar la pelota.

—Robby, debes tener más cuidado, ¡mira lo que hiciste! —dijo Ikia a la vez que se sacudía la comida de su cuerpo.

Mientras Robby se volvía a disculpar Tanu se puso de pie aun con la comida en su rostro y se apoyó sobre la mesa con tanta fuerza que la hizo crujir. El monstruito miró con mucha furia a Robby, quien había pasado de estar apenado a estar demasiado asustado.

Entonces, Tanu mostro sus colmillos de monstruo y gruñó. Gruñó tan duro que todos en el patio del colegio voltearon a verlo. Tan duro, que los árboles del patio temblaron. Gruñó tan, pero tan duro que hizo que a Robby se le escapara una tuerca del miedo.

Sin duda, Tanu estaba demasiado enfadado.

— ¡HAS DESTRUIDO MI ALMUERZO! —exclamó— ¡¿CÓMO PUDISTE?!

En su arrebato de ira, Tanu alzó la mesa y la lanzó por los aires a la vez que gruñía. La mesa por poco no les cae encima a un grupo de chicos que jugaban en el patio a las canicas.

Ikia al ver el comportamiento de su amigo decidió intervenir.

—Tanu, solo fue un accidente—dijo apresurada mientras lo tomaba del brazo—Contrólate, no fue apropósito. Podemos comprar el almuerzo y compartir.

Pero Tanu no la escuchó y decidió perseguir a Robby por el patio. Robby gritó y corrió muy rápido hacia donde estaba la maestra Pandy para pedirle ayuda y protección.

Tanu iba tras él tumbando todo a su paso. Empujaba mesas y bancas, pisaba las plantas y hacía que todos corrieran espantados, formando un caos. Ikia voló y se puso frente a Tanu. La guacamaya no sabía que hacer así que optó por abrazar con fuerza a Tanu y decirle dulcemente que se calmara.

El abrazo tomó por sorpresa al monstruito quien se sentó de golpe. Tanu escuchó la voz tranquilizadora de Ikia y al hacerlo el enojo se esfumó, pero llegó la tristeza, así que comenzó a llorar desconsoladamente.

—¡Tengo hambre y mi pelaje está lleno de comida que debería estar en mi estómago! —exclamó entre lágrimas y sollozos.

—Tranquilo, tranquilo—dijo la guacamaya en voz baja—Vayamos a limpiarte y luego vamos a comprar algo para comer.

Tanu asintió aun triste. Cuando Ikia ayudaba a ponerse de pie a Tanu alguien habló.

—Alto ahí—dijeron con voz severa.

Era la maestra Pandy. Detrás de ella estaba Robby asustado.

Robby le había contado a la maestra Pandy lo que había pasado apresuradamente y ella había visto con sus propios ojos todo el desastre que ocasionó el monstruito. Y aunque la maestra Pandy sabía que el accidente de la pelota haría enojar a cualquiera consideró que Tanu había exagerado al hacer todo ese escándalo y destrucción.

—Mira todo el desastre que hiciste —señaló el patio. Tanu no había visto todo lo que había causado y al ver semejante destrucción se sintió muy apenado— Debes venir conmigo. Estarás en la sala de detención castigado por unas horas por este comportamiento.

Ikia intentó decir algo, pero la maestra no la dejó. Ikia vio con tristeza como se llevaban a su amigo a la sala de castigo. Robby, por su parte, se fue rápido de la incómoda situación.

La guacamaya se sintió mal dado que entendía porque Tanu se había enojado tanto, pero sabía que su actitud no estuvo bien. Si tan solo Tanu se hubiese controlado, sino se hubiese dejado llevar por su enojo no hubiese gruñido y roto cosas, y todo hubiese sido diferente.

De pronto se le ocurrió una idea. “¿Y si ayudo a Tanu a controlarse? tal vez así no se meta en problemas”, pensó. Y con esta idea en mente se pasó lo que restaba de la hora del almuerzo ideando un plan para ayudar a su amigo monstruo.

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